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Expositora: Psicóloga María Alicia Halcartegaray
Los adultos debemos formar un contexto para el desarrollo moral de los/as hijo/as y para ello es necesario vivir de acuerdo con los principios que cada familia defina. Es clave que en la familia se hable de la importancia de la comunidad más allá de las simpatías personales, enseñar que todos nos cuidamos entre todos porque somos familia y somos comunidad. Nuestras prácticas como padres enseñan valores, el discurso solo no sirve.
La psicóloga plantea la siguiente pregunta: “¿Qué hace que un niño o una niña se mueva hacia el cuidado, el buen trato y la consideración hacia el otro’”? Ella señala que tiene que existir un componente emocional de por medio. Existe evidencia científica de que como especie tenemos una tendencia instintiva a cuidar de los demás, pero esta capacidad innata se puede perder si el/la niño/a no percibe al mundo como un lugar seguro. Es la familia la que debe proveer este contexto de seguridad y protección, no el ambiente externo.
El vínculo con los padres es clave para poder educar. A nadie les gusta seguir órdenes, venimos biológicamente preparados para no dejarnos cohesionar por otros, por eso es de suma importancia que los padres generen y mantengan un vínculo seguro y jerárquico con sus hijos e hijas ya que sólo se puede educar desde dentro de la relación. Por lo mismo, hay que educar en los momentos de calma, no durante el incidente o bajo presión o urgencia.
Frente a la pregunta “¿Qué necesita tener un/a niño/a para ser considerado y socialmente responsable?”, la especialista señala que es fundamental contar con una base segura y un corazón blando, el/la niño/a necesita tener a alguien con quien se sienta seguro/a y amado incondicionalmente. Los padres son responsables de sus emociones y son ellos quienes deben preservar la relación y el corazón blando de su hijo/a. Lo anterior no significa “dejar pasar”, significa contener, confortar, acompañar, guiar, poner límites, ayudar a levantarse cuando hijo e hijas están heridos, no algodonándoles el camino, sino que, ayudándolos a transitar con sus dolores, mostrándoles que van a poder levantarse después. Esto no lo pueden hacer los pares porque son muy inmaduros. La socialización se realiza dentro de una familia nutritiva y segura, no se logra a través de los pares, no se puede socializar en un contexto que invita a la semejanza, es clave la diferenciación. La psicóloga agrega: “Hoy en día los niños que usan redes sociales nunca llegan a su casa porque siguen siempre conectados con los pares, actualmente las redes sociales son la plaza pública, entonces les falta el espacio seguro de la familia”.
La empatía es lo que nos mueve a resonar emocionalmente con el otro, a sentirnos responsables ante alguien que sufre, a sentir culpa cuando no hemos ayudado a otro cuando podíamos. La empatía también nos mueve al cuidado ante la vulnerabilidad de otro, a sentir compasión, a ser considerados con las necesidades de otros y a respetar las diferencias. No basta saber lo que le pasa al otro, es importante que resonemos con el otro, cuando un niño está dolido y vulnerable no se va a mover al cuidado, por el contrario, se va a defender e incluso atacar. Unas décadas atrás era mal visto no ser un buen compañero, pero hoy está legitimado ser individualista, la especialista plantea: ¿En la familia tienen permiso para ser diferentes? La familia debe ser un lugar libre de vergüenza, un lugar donde sea seguro sentir la propia vulnerabilidad y poder equivocarse sin que nuestra dignidad sea vulnerada.
Por otro lado, no basta saber lo que es correcto, tiene que importarnos. Es necesario promover en nuestros hijos/as la identificación con lo bueno, lo correcto, lo importante y lo valioso, promover el desarrollo de la identidad y de la voluntad. La identidad se va construyendo dentro de la familia, a través de una cultura familiar fuerte que promueva el sentido de pertenencia y el afecto con estructuras y rituales con sentido, en un ambiente de respeto y colaborativo. La psicóloga señala:“Un/a niño/a debiera saber por qué es importante estar en la mesa, porque soy importante para mi familia, no es lo mismo cuando tú no estás”.
Es necesario contar con visiones y prácticas familiares consistentes con el cuidado y el buen trato. Como ya se mencionó, los rituales generan sentido de pertenencia y por eso generan lealtad. A través de los rituales se instalan motivos y valores con formas de relación y acciones orientadas al bien común y hacia los valores que queremos inculcar. Los rituales no son sólo una vez al año, también debieran estar en la vida diaria, a través de juegos, relatos, salidas al aire libre, el día de la comida entretenida, etc.
Tres formas claves de promover la madurez socio-moral:
Los padres deben cultivar las buenas intenciones en los/as hijos/as, hacer que quieran dirigirse en la dirección correcta. Los niños/as tienen que sentir que quieren que su familia funcione, que sea un lugar seguro y cálido. Necesitamos que importe la moralidad, es importante tener un sentido de las cosas, hacer las cosas correctas por las razones correctas.
Extraer los motivos o emociones en conflicto. Ayuda al niño/a a encontrar los elementos de auto regulación que son la respuesta ante los impulsos problemáticos. Por ejemplo: “yo sé que tu hermano te ha enojado (frustrado) mucho, pero también sé que has cuidado de él en otras ocasiones, a ver cómo lo hacemos la próxima vez”.
Ayudar al hijo/a a registrar emocionalmente la frustración ante lo que no puede cambiar.“Hay cosas que no podemos cambiar, pero podemos ayudar a los niños y niñas a botar esa pena y soltar aquello que no puede lograr o conseguir, por ejemplo, tener los amigos que quiere. Los padres deben confortar a su hijo e hija para que puedan pasar del estrés a la calma, enseñarle que puede sobrevivir a esta pena. No podemos evitar que los niños sufran, pero debemos enseñarles que podemos recuperarnos”. Las frustraciones son necesarias en la vida de los niños/as, ayudan a la maduración del cerebro, no hay que confundir frustración con trauma.
La experta menciona algunas consideraciones generales:
Evitar la disciplina que usa emociones de alarma y de temor para lograr el control y el funcionamiento familiar.
Intentar no caer en la parentalidad apurada basada en órdenes en lugar de vínculos y motivos, con familias desprovistas de ritos que convoquen y comuniquen identidad y pertenencia.
Evitar el contacto temprano con pares en forma continua que favorecen que los niños/as graviten entre ellos en lugar de en torno a los adultos a cargo. Hasta la adolescencia, los hijos/as no necesitan tener panorama todos los viernes o fines de semana, el centro de su vida debe seguir siendo su familia. Surge la pregunta ¿por qué la relación con los pares es adictiva o compulsiva? Porque la relación con los pares no es una relación segura.
Los/as niños/as no deben quedar triangulados en las relaciones entre los adultos, papá-mamá, padres-colegio, porque se produce un conflicto de lealtades. Las diferencias entre adultos deben resolverse siempre entre los adultos.